La educación es un elemento
complejo que está inmerso en todas las sociedades, aunque instaurado de
diferentes formas. Aún así, en diversos países se han llevado a cabo grandes
avances. En primer lugar, han considerado la educación como una necesidad. En
segundo lugar, trasportar esta necesidad a toda la sociedad y no sólo a una
minoría. Es por ello que los Estados deben hacerse cargo de la obligación de
ofrecer la educación como servicio público y gratuito para todos los ciudadanos.
A pesar de todo, en muchos
países la educación sigue siendo un derecho de unos pocos. Este problema no se
debe a exclusivamente a la falta de recursos, sino a que en muchos de estos países
sigue instaurada la idea de que no todos somos iguales, el desprecio de parte
de los otros, la diferencia entre ricos y pobres, hombre y mujeres, dignos e
indignos.
La cultura, la costumbre de
aprender, la capacidad de discernir la correcta información en las fuentes
adecuadas, el desarrollo de la curiosidad, el nivel de preparación y el
grado de cualificación profesional son los aspectos que marcan las diferencias
entre unos países y otros. El objetivo principal de cualquier sistema educativo
debería ser la autonomía personal. La educación debe dejar a un lado tanto la
ignorancia como el adoctrinamiento.
Un aspecto que no se puede
evitar es que cada época tenga unos valores predominantes y que éstos sean
transmitidos a los que serán los ciudadanos del futuro. La única forma adecuada
de actuar es el consenso conseguido por la sociedad. La clave está en enseñar
que eso que se trasmite ha sido alcanzado mediante el acuerdo y que de la misma
manera podrá ser cambiado. Esa es la diferencia fundamental con el
adoctrinamiento. Quien adoctrina no abre puerta alguna al cambio.
La Ilustración sostenía que
sólo la razón podía conseguir un verdadero desarrollo de la humanidad. El
desarrollo intelectual parece ser el único medio de hacer desaparecer la
ignorancia y el oscurantismo. Para que uno sea dueño de su propio destino ha de
ser capaz de tomar decisiones. Las decisiones se toman sólo en libertad. En último
término es la razón quien nos puede librar de la tiranía y por tanto la que que
nos puede hacer conseguir la libertad.
Las élites intelectuales
han ido marcando los cambios históricos que, mal que bien y poco a poco,
nos han ido conduciendo a un mundo, no sé si mejor pero al menos con más
oportunidades de extender la justicia. Durante la mayor parte de la historia
las élites se formaban, no por los más dotados intelectualmente, los más
preparados o los más esforzados, sino por aquellos que ya habían nacido dentro
de ella. Era un club privado al que no se podía acceder. La puerta estaba
cerrada desde el mismo día de su fundación. La extensión de la educación es el
único medio no de entrar, sino de conseguir que tales clubs desaparezcan. Las
élites, en cualquier campo, siempre existirán. La diferencia debe estribar en
que las puertas estén siempre abiertas y que el acceso esté permitido sin
excepción. Siempre habrá mejores matemáticos, físicos, arquitectos, escritores,
filósofos y políticos. Esto es cierto como lo es que nuestra misión es
que todos tengamos las mismas oportunidades de serlo si nos interesa.
La educación es, vistas así
las cosas, el derecho más elemental, más allá de los considerados básicos para
sobrevivir. La educación, el acceso a la cultura, el desarrollo de la razón,
sin embargo, requieren esfuerzo. Es el derecho que más trabajo requiere. El
acceso a ella tiene que estar garantizado. Hasta dónde llegue cada uno es algo
que no se puede saber, medir ni controlar. En una sociedad justa debería estar sólo
en nuestras manos.
El verdadero problema, el
más difícil de resolver es cómo educar. El más difícil todavía es educar
a quien no quiere ser educado. Nadie rechaza para sí mismo comida, ropa y
refugio, pocos se oponen a la libertad y a la igualdad, pero muchos no
llegan a comprender el alcance de la educación. Esto no es la mera transmisión
de conocimientos y valores, sino la consecución de que cada uno de nosotros se
considere un ser humano autónomo, libre y por tanto, justo.
Los derechos humanos son un tratado magnífico.
Tal vez nunca en la historia ha habido un mejor conjunto de buenas intenciones.
Pero de poco sirven mientras la mitad de la humanidad no sabe tan siquiera
leerlos, y la otra mitad los utiliza solamente en discursos solemnes.